'Virgulilla' es una palabra de origen latino que designa la tilde de la eñe, es decir, la marca que convierte una ene cualquiera en tal, y que algunos/as llaman simplemente el sombrerito de la eñe (no estoy inventando, así lo escuché en cierta reunión de amigos hace un buen tiempo atrás. Claro, con esto queda de manifiesto lo
nerd que son -que pueden ser- mis reuniones de amigos...)
Bien.
Virgulilla es diminutivo de
vírgula (también palabra española derivada del latín), el que a su vez es diminutivo de
virga, que significa vara. O sea, es algo así como
pequeña vara pequeña, o
pequeña pequeña vara, o, quizás mejor,
pequeña varita. Lo que yo no sabía hasta ahora es que es una especie de sustantivo común: según el diccionario de la
RAE, nombra a todo trazo ortográfico de forma de coma, rasguillo o trazo, como por ejemplo el apóstrofo, la cedilla o la tilde de la eñe, entre otros. Si yo fuera editor del tal diccionario, reemplazaría la palabra rasguillo por rasguño: menos afectada y más visual.
Sí. Más que sombrereada, la eñe es una letra con rasguño, y un rasguño no tiene por qué ser violento ni penoso. Yo pienso que, en este caso, un rasguño se parece más a las huellas del trabajo, de la abnegación, de la edad: pequeñas marcas o imperfecciones
ganadas en la piel, arruguillas que nos vuelven los rostros más amables y que se llaman también
líneas de expresión, avisos que hablan al resto de nosotros, de lo que nos hace precisamente nosotros, que nos dan identidad.
Claro, eso es también la letra eñe para el idioma español. Por eso la feroz polémica de hace años cuando alguien la propuso eliminar; y la interminable lucha por incorporarla a los teclados pensados en inglés; y el nombre que escogió para sí el suplemento cultural del diario Clarín de Buenos Aires, que se llama simplemente
Ñ. Digo letra y no sonido, porque el sonido de la eñe fue tanto o más propio de los abuelos mapuche, y de ellos y de otros pueblos de la tierra heredamos palabras tan sonoras como
ñato o
ñandú. Hace años, cuando las patentes de los autos consignaban la comuna, causamos sensación al otro lado de la cordillera, en Mendoza, con la extrañísima seña de Ñuñoa. Hoy en día ya no podría ser lo mismo: las patentes de los autos, como todo lo demás, se nos han ido blanqueando, perdiendo el gusto y el color. En la vasta uniformidad globalizada, ahora usamos nuestra identidad con diminutivo.